ETAPAS VITALES EN EL PROCESO DE ENVEJECIMIENTO

El aumento de la edad trae consigo un cambio en la significación de las edades. Comprender y caracterizar cómo viven las personas las distintas circunstancias y condiciones del envejecimiento es básico para poder formular iniciativas que apoyen las diferentes situaciones de necesidad y ayuda.

Una cuestión parece clave: el vivir más conlleva un aumento de la diversificación y fragmentación de las distintas etapas de la vida y la vejez (Broussy, 2013, international Longevity Centre-Brazil, 2025). A la tríada tradicional infancia-adultez-vejez, se han agregado distintas etapas en el último siglo, niñez-preadolescencia-adolescencia-juventud-adultez-vejez, y esta última actualmente puede subdividirse al menos en otras tres sub-etapas, madurez-fragilidad-cuidados, que complejizan y singularizan el ciclo vital.

En términos de envejecimiento, y por definirlo con una única frase, se ha pasado de una concepción homogeneizadora de una única “tercera edad” a tres etapas diferenciadas, distintas y muy personales, de eso que hemos, venido en llamar envejecimiento. Una primera etapa donde los sujetos se conciben “mayores pero no viejos”, una segunda etapa de entrada en la “fragilidad” y una tercera de “pérdida d autonomía” que adquiere distintas denominaciones en función de la literatura consultada (Yanguas et al 2008, Prieto et al, 2009, Broussy, 2013, Prieto et al 2015). Estas tres etapas no son obligatoriamente evolutivas ni conciernen a todos los individuos, y se dan bajo el paraguas de las grandes diferencias interindividuales que acompañan siempre a la vejez.

RESUMIENDO

Primera etapa:

La primera etapa está caracterizada por una percepción generalizada de las personas, que se sienten mayores pero no viejas ni ancianas. Si hace no demasiados años la jubilación suponía el comienzo del fin de la vida, para las personas que actualmente se jubilan (entre los 55 y los 65 años), esta etapa es el comienzo de una nueva vida. Algunos todavía son “padres mayores” de “niños pequeños”. Es una fase nueva, inexplorada, desconocida, dinámica, activa, llena de posibilidades novedosas, de poder cambiar el proyecto vital, de desbloquear deseos y aspiraciones pospuestas, siempre que la persona pueda hacerlo. Las personas se definen desde la adultez, y siguen desempeñando las actividades y roles que han ejercido a lo largo de su vida. Y lo que dejan atrás no es su vida adulta –su proyecto vital – para pasar a otra etapa, lo que abandonan es su pasado laboral, no su trayectoria vital. No perciben un paso de etapa, como el que años atrás percibían sus mayores. Su conciencia está más bien anclada en la idea de que su proceso madurativo no ha concluido. No hablan de desvinculación y repliegue, sino de crecimiento y desarrollo. La dificultad reside en imaginar el futuro como un espacio de proyección personal, y la complicación radica a veces en conectar con el propio deseo y comprender qué actividades dan sentido y canalizan el proyecto vital que cada individuo desea desarrollar.

Segunda etapa:

La segunda etapa comienza hipotéticamente cuando la salud empieza a dar los primeros síntomas de desconfianza y se pierde el dinamismo de la fase precedente. Para las personas, esta etapa es un proceso de adaptación constante hacia límites más estrechos, donde la distancia entre los deseos y la realidad es cada vez mayor, donde la persona sufre una suerte de proceso de “fragilización, donde los miedos y temores hacen su aparición. Muchas personas en esta etapa constatan una “lucha sin cuartel” contra la pérdida de identidad, de protagonismo, donde los sentimientos de aislamiento y soledad van ganando espacio a lo largo de este proceso. No existe una edad concreta para ello, pero suelen producirse dos fenómenos.

A. La inversión de la solidaridad familiar, que pasa “de padres a hijos”. a “de hijos a padres”. Se cambia el “centro de gravedad de la reciprocidad: los mayores pasan de ser cuidadores de las generaciones posteriores (hijos, nietos, etc.) a que las generaciones más jóvenes empiecen a “ocuparse” de los padres (no tanto en el sentido de cuidado como de trasposición de roles).

B. El síndrome de desplazamiento, donde el sujeto va perdiendo su “lugar” en el mundo y en la familia, va dejando de lado roles habituales de la etapa anterior (de adulto), debido a la pérdida de vitalidad y dinamismo derivada del propio proceso de envejecimiento.

Tercera etapa:

En la tercera etapa puede aparecer una potencial pérdida de autonomía y la consiguiente necesidad de cuidados. No es una etapa obligada y habitualmente se corresponde con personas cada vez más mayores (el riesgo aumenta con la edad). Durante esta etapa, que es un proceso y no un estado (no es estrictamente necesario un declive continuado e imparable, sino que la autonomía se puede perder y reconquistar), el principal desafío, después de la necesidad de cuidados, es combatir la pérdida de contacto con el mundo y con los demás. Dejando a un lado las enfermedades que desintegran al individuo (por ejemplo, la enfermedad de Alzheimer), los déficits que generan dependencia limitan y empobrecen las relaciones interpersonales, sometidas a una “lógica de atención a la dependencia” que corre el riesgo de ignorar la biografía del individuo, su identidad personal y su proyecto vital . Es la etapa de los cuidados, de la interdependencia, de poner en marcha mecanismos y modelos de atención que aseguren una calidad de vida digna, el mayor bienestar posible partiendo del respeto pleno a la dignidad y los derechos de la persona, a sus intereses y preferencias, y contando con su participación efectiva.

El último documento de consenso que revisa el paradigma del envejecimiento activo, que lleva por título Active Ageing: A Policy Framework in Response to the Longevity Revolution (intrenational Longevity Centre-Brazil, 2015), hace énfasis en cuestiones similares a las expresadas en este epígrafe, aunque de forma más general. Parte de una idea central, que es la necesidad de abandonar las nociones que actualmente tenemos sobre la jubilación y el envejecimiento, proponiendo un abordaje más flexible, menos rígido y estructurado. El documento expone la irrupción de una nueva etapa dentro del envejecimiento, que denomina gerontolescencia—equiparable, en términos generales, a la primera fase antes propuesta–, caracterizada por unos años vividos en plenitud desde la sexta década en adelante, y enfatiza, igualmente, la resiliencia y la adaptación de las personas mayores. Además, este documento con respecto al publicado por la OMS en 2002, incluye el aprendizaje a lo largo de la vida como el cuarto pilar del envejecimiento activo (los otros tres son la salud, la participación y la seguridad.

Resumidamente, existe un consenso general en el que el aumento de la edad trae consigo la irrupción de distintas etapas de lo que se entiende por vejez. Una primera etapa plena de vitalidad, donde el individuo sigue buscando la máxima expresión de su desarrollo madurativo, una segunda marcada por el inicio de las situaciones de fragilidad, y una tercera—no obligatoria—definida por una posible necesidad de cuidados. Esta complejidad de lo que se entiende por vejez requiere:

1. Nuevos acercamientos conceptuales, ya que estamos hablando de casi tres décadas d vida, donde se pasa de una culminación del proceso madurativo (etapa de desarrollo) a la finalización de la vida del individuo. Se trata del mismo tiempo de vida que entre los 30 y los 60 años, o entre los 20 y los 50.

2. Nuevas y múltiples intervenciones, desde la idea de aprendizaje a lo largo de la vida, tanto para poder desarrollar el proyecto personal como para hacer frente a la fragilidad, a la inversión de roles, etc.

esta complejidad.

1.6. Los nuevos roles de las personas mayores; inquietudes y necesidades.

El aumento de la EV y el cambio en la significación de las etapas analizado anteriormente se entrecruzan con algunos cambios sociales y otras situaciones derivadas de la inversión en salud y vida saludable, que ponen a prueba la capacidad de adaptación de las personas mayores a los cambios, transformando los roles y las situaciones que deben vivir. En otras palabras, en tres etapas descritas en el punto anterior se entrelazan con nuevos cambios con los que interaccionan y de los que surgen otras nuevas realidades, que en este momento apenas podemos intuir, pero que caracterizarán el envejecimiento en el futuro.

Quizás los más importantes sean los cambios sociales que acompañan a esta revolución de la longevidad. De forma resumida y gráfica, Zygmunt Bauman (Bauman, 2007; Bauman,2009) utiliza la metáfora de una sociedad líquida para definir aquella en la que –economía aparte—se da una cada vez mayor precariedad de los vínculos humanos y un mayor individualismo. Además, esa “liquidez” define sociedades marcadas por un carácter transitorio y volátil de sus relaciones, sociedades que, además viven en un tiempo sin las certezas de épocas anteriores. Las actuales generaciones de personas mayores, con independencia de la etapa en la que se encuentren, deben afrontar nuevos escenarios no esperados en una sociedad que se mueve dentro de unos parámetros que provocan inseguridades no previstas, y para las que se les hace complicado elaborar una respuesta. Estas situaciones abarcan muy distintos niveles de una sociedad en cambio, marcada en muchos casos por la precariedad económica propia o familiar, cambios en las relaciones de los hijos e intergeneracionales, cambios en el empleo, globalización, desigualdades sociales … y un largo etcétera.